Psicología positiva contemplativa

la evidencia en estudios de laboratorio indica todo lo contrario, ya que las personas que tienen altos niveles de bienestar reducen la reactividad a las recompensas económicas y también son más altruistas.

El self está compuesto por múltiples partes que tienen su propia voz. Cada una de estas posiciones tiene sus propias creencias sobre la realidad y el sí mismo: pensamientos, sentimientos, reminiscencias e incluso sistemas morales o procesos de awareness.
Retomando el modelo de William James, con respecto a la diferencia entre el self-como-objeto o el self-como-sujeto (capítulo 2), esta teoría propone que tenemos múltiples self-como-sujeto que llevan a cabo su propio relato respecto del self-como-objeto.
Cada una de estas versiones son relativamente autónomas y pueden tomar el control de las acciones durante un tiempo, pero no hay un agente central que las coordine a todas.
Estas versiones no solo tienen una representación interna, también tienen impacto en el mundo externo en forma de papeles (padre, profesor, amigo, amante).
Cada una de estas partes puede establecer un diálogo con el resto, en forma de pregunta, respuesta, aprobación o desaprobación (vergüenza, autocrítica, etc.). Siempre ocurre en el ámbito de la imaginación y en forma de diálogo interno.

Cuando estamos bajo amenaza, el sistema nervioso simpático se activa, ya que su función está relacionada con una respuesta de lucha o huida ante potenciales peligros.

En la tradición budista, la compasión se entiende como un estado sublime de la mente, formando parte de los llamados cuatro estados inconmensurables: compasión (karuna), amor bondadoso o benevolencia (metta), ecuanimidad (upeksa) y gozo o alegría empática (mudita).

En efecto, cuando practiquemos la autocompasión es probable que se reduzca la tasa cardíaca, la conductancia de la piel, incrementando la activación parasimpática.

Una emoción destructiva es aquella que perturba el equilibrio mental, mientras que la sana es aquella que lo potencia.6 Por ejemplo, una emoción positiva como la alegría podría ser destructiva, si tiene una intensidad demasiado elevada, ya que podría perturbar los sentidos, o si es el fruto de una desgracia ajena.

Desde la perspectiva evolutiva citada, no tiene sentido catalogar a emociones como la tristeza, el miedo y la rabia como negativas, pues son emociones que están basadas en la supervivencia del individuo, del grupo y de la especie; por lo tanto, la dialéctica emoción positiva-negativa carece de lógica evolutiva. Quizás, si afináramos un poco más, sería más adecuado denominar a estas emociones como emociones difíciles o emociones con tono afectivo aversivo o emociones displacenteras.

En la tradición budista, no se hace esta distinción, ni siquiera existe el concepto emoción de la misma forma que lo entendemos en la psicología occidental, como un aspecto no racional o conectado con una tendencia a la acción. En esta tradición se habla de kleshas, que se ha traducido por emociones destructivas o aflictivas (que incluyen la codicia, el engaño, el engreimiento, la visión sesgada, la duda, el letargo, la inquietud, la insolencia y la imprudencia). Se entiende por emociones destructivas las que distorsionan la realidad e impiden que la mente perciba la verdad tal cual es, llevándola a pensar, hablar y actuar de manera parcial, y también atienden a la motivación que las inspira. Estas kleshas se originan como consecuencia o fruto de la ignorancia fundamental, la creencia en la existencia de un self inherente.

Podemos encontrarnos con emociones que, en primera instancia, pueden parecer positivas, como una respuesta a un enamoramiento, y, sin embargo, sucede que a medio o largo plazo resultan fatales, pudiendo caer la persona en conductas de dependencia interpersonal en la pareja.

Las personas que muestran una recuperación más lenta de la amígdala ante imágenes negativas registran una mayor tendencia al neuroticismo, e incluso registran una menor simpatía ante caras nuevas.

Este fenómeno ha sido bautizado por Rick Hanson como el efecto «velcro-teflón», un fenómeno que explica que el cerebro es similar al velcro (se queda pegado) en las emociones negativas y al teflón (se desliza) con las experiencias positivas.