El Cielo Está En Cualquier Lugar

Ella suelta una carcajada y resulta alucinante y a la vez desconcertante el tener entre mis brazos a alguien que tiembla de risa y no de sufrimiento.

Nos miramos con gesto inquisitivo, intrigados el uno por el otro, sorprendidos de haber conectado tan bien…

Había olvidado lo bien dotado de pestañas que está. Guau al cuadrado.

Todos los días, a la hora de comer, vengo aquí, me escondo hasta que suena la campana, tallando palabras en las ramas con mi bolígrafo, dejando que mi corazón se rompa en privado.

Siento el impulso de escribir por todas las paredes naranjas: necesito un abecedario de finales arrancados de libros, de manecillas sacadas de los relojes, de piedras frías, de zapatos llenos solo de viento.

Lo último que pienso, antes de caer dormida en sus brazos fuertes, protectores, es que ojalá no estemos dejando nuestro olor sobre las últimas trazas del olor de la propia Bailey, que todavía impregna las sábanas.

Lo dice lleno de esperanza y desesperanza a partes iguales, con esa promesa aún viva en su interior. Dijo que sí. Vuelvo al tequila, pego un trago, ni siquiera noto el sabor ni la quemazón.

De pronto me siento excluida de un futuro que ni siquiera va suceder.

Me estremezco al escuchar la urgencia de su voz.

Bailey lo hacía todo: caminar, hablar, pensar, reír, salir, a la velocidad de la luz y con igual brillo.