La vocación de perderse

¿Conseguiremos proteger la libertad de poder renunciar a esos estúpidos hilos de Ariadna que impiden a los hombres descubrir si el laberinto del mundo está hecho para perderse o para hacer que nos reencontremos invisiblemente en un camino?

Mantener la libertad de perderse, poder salir de la «red» que nos ha capturado a todos, esperar en el silencio sutil de la naturaleza a que algo se revele —y vivir el momento en que nuestro camino depende de esa revelación— es la experiencia original de la espiritualidad y del sentimiento de lo sagrado que el hombre arcaico ha percibido de forma espontánea, que eremitas de todo tiempo han encontrado en los lugares desiertos y que siempre podemos poner a prueba en nosotros mismos con una inmersión total entre la tierra y el cielo.

que escuchamos demasiado nuestra propia voz, aunque alrededor reine el silencio.

Es un tema complicado, quizá porque hoy se intenta prevenir por cualquier medio no solo la posibilidad de perderse, sino incluso la de valorar de forma positiva un cambio de programa motivado por fuerzas más grandes que nosotros.

La obra maestra no la crea el escultor; solo la saca a la luz

Quien renuncia a cosas consideradas indispensables en la sociedad en que vive tiene más posibilidades de vislumbrar lo que de verdad es esencial, o que a veces nos puede salvar.

para que nos alcance algo que nos falta tenemos que liberarnos de algo que nos sobra y que llevamos por costumbre con nosotros

Al haber perdido su medio de transporte, el hombre había recordado que sabía caminar

dediqué una larga jornada otoñal a atravesar Milán, desde la abadía de Chiaravalle, en el sudeste, hasta el monte Stella, en el noroeste

Humildad y curiosidad son quizá las dotes más útiles para descubrir que también el territorio cercano que nos rodea nos puede ofrecer algo desconocido, algo que podemos escuchar.