Cuando estamos sometidos a situaciones largas e intensas de estrés, nuestras emociones se hacen más intensas. Gastamos la reserva de energía de que disponemos para tratar de gestionarlas adecuadamente, o entramos en una espiral de pensamiento que nos aleja poco a poco de lo práctico e importante y nos sumerge en la rumiación. Nuestros razonamientos entonces se pueden volver irreflexivos, obsesivos y cíclicos, incrementando el nivel de estrés, en vez de reducirlo.