El silencio de la escritura fue Premio Nacional de Ensayo en 1992. Entonces, y en medio del apresuramiento social de la época, alguien parecía haber propuesto olvidar pasado y presente y mirar sólo al futuro. Emilio Lledó apuntaba lo grotesco de ese salto al vacío y hablaba de la necesidad urgente de una reflexión sobre la memoria y la escritura: el tiempo de la vida, el tiempo que vivía en la memoria, iba aplastando esas vivencias en las márgenes del olvido. La escritura fue el gran invento para vencer esa claudicación ante el tiempo. Lledó nos introduce, así, en el paseo apacible, de ser humano, que es esta obra suya, donde enseña, con experta admiración y estudiado apasionamiento, cómo asomarse al pozo son fondo de la escritura. Captando frase a frase la atención y el interés del lector, el autor intenta ir más allá de la hermenéutica, y muestra lo que cubre su piel: Entender es (…) una forma de intensidad en la que la superficie de las letras alcanza relieve. (…) pero lo escrito no sólo habla, también confunde