Hay muchas maneras en que la mente nos protege de los horrores del pasado y del presente. Una manera es dejar que olvidemos. Para el escritor migrante, lejos de casa, la memoria se transforma en un abismo aún más grande. Es como si nos hubieran obligado a caminar debajo de los tristemente célebres árboles del olvido, los sabliyes, que según les decían a nuestros antepasados esclavos, sacarían el pasado de sus cabezas y calmarían su deseo de volver a casa. Sabemos que debemos pasar por debajo del árbol, pero contenemos la respiración y cruzamos los dedos de las manos y los pies a la espera de que el olvido no penetre nuestro cerebro con demasiada profundidad.
¿Pero qué sucede cuando no podemos contar nuestras propias historias, cuando nuestros recuerdos nos han abandonado temporalmente? Lo que queda es el anhelo de algo que ni siquiera sabemos si lo tuvimos, pero estamos seguros de que nunca más lo experimentaremos