ras, destructiva.
La desconexión consigo mismo hace que la opinión personal no sea la última válida, sino la del otro, pero no cualquier otro: en ocasiones son otros pares, otros significativos u otros personajes que se admiran o que tienen grados superiores a uno. Eso depende de cada individuo.
Por ejemplo, a Paula le puede interesar la opinión de su vecina acerca de cómo se ve su casa por fuera, pero a Mauricio eso le da lo mismo. A él le interesa la opinión de su jefe acerca de cómo hace su trabajo, de eso se preocupa.
Esta desconexión, ese cable desenchufado del centro de uno mismo, hace que las personas no se conozcan ni validen sus propias necesidades. No se les ocurre qué estudiar, qué ropa escoger, qué cocinar. Cuando toman decisiones dudan de sus propios gustos: “¿Me queda bien ‘x’ pantalón?, ¿quedó rico el arroz?, ¿qué me gustaría estudiar o hacer?”. En sus historias de vida, no tienen la ex