Poner a sus acreedores a cargo de la administración civil tuvo efectos predecibles: un incremento de los impuestos sobre sus súbditos, muchos de los cuales acabaron endeudados más allá de toda esperanza. No resulta sorprendente, pues, que las tierras de Casimiro en el valle del Tauber, en Franconia, fueran el epicentro de la revuelta de 1525. Bandas de aldeanos armados se unieron y declararon que no obedecerían más ley que «la sagrada palabra de Dios». Al principio, los nobles, aislados en sus castillos, ofrecieron muy poca resistencia. Los líderes rebeldes (muchos de ellos tenderos, carniceros y otras personas prominentes de las ciudades cercanas) comenzaron una ordenada tarea de demolición de castillos, ofreciendo a sus aristocráticos habitantes una salvaguarda si cooperaban, acordaban abandonar sus privilegios aristocráticos y prometían, bajo juramento, obedecer los Doce Artículos de los rebeldes. Muchos accedieron. Los rebeldes reservaban su auténtico veneno para las catedrales y monasterios, docenas de los cuales saquearon y destruyeron