La grieta desnuda. El macrismo y su época

En los años 80, y luego de las dos derrotas electorales del 83 y del 85, una buena parte del peronismo encontró en el socialcristianismo de inspiración europea un camino posible de reinvención, a la cual se llamó “Renovación peronista

En cambio, el peronismo de los noventa propone una alternativa a la sociedad peronista en vías de extinción: reemplazar el horizonte de la justicia social por la utopía del consumo de masas, sostenido en el programa de estabilización monetaria. El hecho mismo de construir su legitimidad de origen en un programa antiinflacionario marca a las claras la transformación que el peronismo como movimiento experimentó en la democracia. Su palabra fetiche será “gobernabilidad”, que ya no hace a la sociedad más justa sino más gobernable. De hecho, el menemismo fue el intento de construirle un orden político a la democracia de la desigualdad, en donde el alfonsinismo como sistema había fracasado.

Esta transformación coincide con el aspiracional internacional de la ideología macrista, su modelo a imitar trasandino: Chile, la versión más exitosa y funcional de dicho paradigma. Un país en donde los pobres pueden ser beneficiarios de algunas políticas, pero donde algo también es claro: jamás serán protagonistas

La conclusión lógica de este proceso fue el macrismo en el poder. Una versión explícita y “en blanco” de la “oligarquización” de la sociedad y de la política argentina: en este sentido, Cambiemos es hijo de la democracia de la desigualdad, no su causa. Si cada vez más la estructura sociopolítica argentina se parece a la de un país latinoamericano clásico, es coherente que su clase dirigente se le asimile cada vez más

Del partido al clan, Argentina parece ser escenario de una versión criolla de Game Of Thrones: los Macri, los Kirchner, los Menem, los Alfonsín, los Urtubey, los Moyano. Alrededor de esas fuentes de recursos y poder se estructura el resto de los actores, en una suerte de competencia de ribetes feudales. No todas las familias son lo mismo, pero no hay eso “distinto” sin las familias

De cualquier manera, amanece un nuevo sincretismo en la sociología del poder: más importante que ser de izquierdas o de derechas es ser rico. Y así como en el siglo XX cualquier General quería convertirse en Perón, hoy cualquier millonario siente que puede ser Presidente, Gobernador o Jefe de Gobierno

Se es hegemónico por default. Porque el Poder en Argentina se concentra o se disuelve, pero casi nunca se divide.

El PRO y su nueva clase de administradores, caracterizados hasta el hartazgo como CEO del Estado Farmacity, no son más en este punto que los continuadores, en clave “derechista”, del modelo anterior. Ambos rechazan todas las mediaciones: donde unos veían “corporaciones”, otros ven “círculos rojos”. Donde unos postulan “militancia”, los otros exaltan “gestores”, los “políticos” son rechazados por igual. Y poseen la misma alergia a las “mesas de concertación” o “pactos de La Moncloa” de todo tipo

Podría decirse que la clase media argentina es el nuevo sujeto revolucionario de la democracia. La que pone y saca gobiernos, la que es convocada y temida bajo la figura abstracta de la “opinión pública”. La que ocupa plazas y televisiones, y que porta en su ADN lo último que queda realmente existente de la “excepción argentina”. De sus sueños y aspiraciones. La clase media: el hecho maldito del país peronista

Terminar de matar al Partido Militar y construir no solo un gobierno, sino una nueva elite dirigente. Y un modelo de organización del Estado alternativo al castrense. Un poder civil fuerte que proyectó su propio modelo de liderazgo. Si antes la sociología y la cultura del poder se fabricaban en los cuarteles, ahora se cocinaban en universidades, unidades básicas y comités. La “cultura política de la democracia” construía su propio héroe y sujeto histórico: el político.