Pero Antígona sabe que la ley
sin el meollo de la justicia,
sin la voluntad general,
sin consistencia,
sin los deseos del pobrerío
agitándose en sus entrañas,
sin los sueños empuñados por la tribu,
es un sumario no sólo de órdenes
irracionales,
caprichosas,
sino la forma jurídica que asumen
los desplantes,
los atropellos,
la espumosa violencia de la rabia,
las patologías del príncipe.