con la edad ama cada vez más angustiosamente y con mayor fuerza, que no se preocupa en absoluto de su propia muerte, pero sí incesantemente de la de su amadísima; piensa en que cada vez puede ser menos «objetivo» y nunca indiferente hacia ese prójimo; en que desprecia todo lo que no es respiración, sensación y comprensión. Pero también piensa en que no quiere ver a otros, en que cada nueva persona lo exaspera hasta las más profundas honduras, en que no puede defenderse de esta exasperación ni con la aversión ni con el desprecio;