Corre el año 1790. Carolina Montiel y su madrina salen de Cádiz rumbo a Nueva España. Están arruinadas y esperan que el hermano de la madrina las reciba con los brazos abiertos para comenzar una nueva vida. Sin embargo, cuando llegan a Veracruz, se encuentran con una desagradable sorpresa: el hermano ha muerto y la casa que debería acogerlas es propiedad de un norteamericano, quien queda gratamente sorprendido al ver la belleza de la joven Carolina. El hombre les ofrece su hospitalidad sin pedir nada a cambio, haciéndoles ver que están en lugar seguro. Seduce a la madrina con su encanto, pero eso provoca la desconfianza de la joven a pesar de las bonitas promesas: que no deberán preocuparse por nada, que él hará todo lo que esté en su mano —y lo que no también— para solucionar todos sus problemas, y que en su casa y a su lado estarán seguras. La madrina ve claro el futuro. Ese hombre es rico, no es viejo, sino todo lo contrario, y es especialmente atractivo, muy atractivo. Además, habla un castellano casi perfecto. Sería el esposo ideal para su ahijada. Pero todo se trunca cuando a la mañana siguiente…