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Will Fowler

Gobernantes mexicanos, II: 1911–2000

  • Adal Cortezalıntı yaptı3 yıl önce
    Nilda Patricia Velasco de Zedillo, la simple idea de ser esposa de un candidato a la presidencia de la República le provocó enojo y miedo. Así que, a diferencia de sus antecesoras, que habían hecho pública (aunque muchas veces no fuera cierta) su alegría cuando su marido había sido elegido y llegado al cargo más alto, ella se mostró tensa y molesta, como si hubiera hecho suya aquella frase de Martha Washington: “Soy más un prisionero de Estado que otra cosa”. Ello se debía, por una parte, al momento histórico tan difícil en el que esto había sucedido y, por otra, a su timidez natural y su inexperiencia en el trato con la opinión pública. Los medios de comunicación, copiando el estilo norteamericano que se ponía de moda, empezaron a perseguirla queriendo saber todo de su vida privada. La señora Nilda les respondió con candor. En una reunión con un grupo de mujeres periodistas defendió el rol de la mujer como madre y reivindicó el trabajo doméstico: “Creo que las mujeres deberían darse la oportunidad de atender a sus hijos. Muchas trabajan sólo para gastar el dinero que ganan en medias y combis. Nunca están en su casa y cuando llegan, pues no hay comida y entonces se llevan a los niños a comer a McDonald’s”.
    Inmediatamente las feministas la acusaron de no tomar en cuenta

    las vidas increíblemente difíciles de las mujeres pobres, marginadas y sin alternativas que necesitan salir a trabajar: su desconocimiento de la situación de las mujeres trabajadoras le hizo polarizar entre las buenas madres que atienden a la familia y las malas que por trabajar la desatienden […]. Atender a la familia no es la opción moralmente más alta, pero además de eso, las mujeres en su mayoría, ni siquiera pueden elegir su opción.91
  • Adal Cortezalıntı yaptı3 yıl önce
    Es por ello que algunas veces se ha afirmado que Cárdenas es el presidente de México más “venerado” del siglo XX. A finales de la década de 1980, los periodistas extranjeros que buscaban una frase para caracterizar a Cuauhtémoc Cárdenas se referían a él como “el hijo del presidente más venerado de México”, o palabras que tenían la misma intención. Más significativamente, los políticos y escritores mexicanos han recurrido a superlativos zalameros. Según Manuel Ávila Camacho —quien, es justo reconocer, debía a Cárdenas su lugar en la historia—, “mi general Cárdenas es la gran reserva humana con que cuenta México. No sólo su obra, no sólo su experiencia, sino su pensamiento tan acendradamente mexicano, son la mejor garantía con que podíamos contar”. O, según Roberto Blanco Moheno, un serio, si bien popular, historiador del México moderno: “Si don Lázaro se pincha un dedo, de ese dedo no sale sangre, ¡sale México!”
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