No habrá en Inglaterra ahora mismo ni siquiera dos mujeres tan inteligentes como tú y, si las hubiera, ninguna de las dos sería tan original y buena escritora. Saber eso cuando me abrazas me proporciona una especie de orgullo de gran conquistadora que me permite luego flotar durante días y días por encima de la vulgaridad (muy bien vestida, pero vulgaridad) que a menudo me rodea. Me creces, Virginia, me elevas. Y me siento muy afortunada (no es solo excitación) cuando me dejas besarte en los labios o recorrer con mis manos abiertas tu cintura.