La mujer desnuda

Luego, a fuerza de tanto huir la noche, llegan las estaciones.

Porque el conocimiento es una guerra continua

Armonía Somers nos dice en La mujer desnuda que no hay más que un modo de alcanzar el equilibrio emocional, cierta felicidad, si es que ésta existe; y es partiendo de la incomodidad e interrogándonos acerca de las pulsiones que acentúa en nuestro interior la presencia absoluta del otro

Por qué nos cuesta aceptar a quien, a pesar de no hacer daño a nadie, se niega a actuar según unas reglas a menudo incomprensibles, asumidas simplemente por la costumbre y la conveniencia de la imitación

La mujer desnuda, su ansia de «desaprender», de vaciar nuestro cerebro (y no hay manera más gráfica de hacerlo que la decapitación) para permitir luego, al recuperarlo, que lo previamente percibido nos impresione otra vez, desintoxicado del conocimiento anterior y el prejuicio, incluido el propio cuerpo, como

Pocas cosas hay más valientes que enfrentarnos a la mentira sin armadura

Era, además, difícil y molesto volver al mundo por los ojos,

Pero Rebeca Linke ya no reincidiría en el antiguo apareamiento de las dos mitades contradictorias de sí misma

o quizá también de algo que tuviese el color de su propio vacío íntimo

Y la fecha llegó, desde luego. Pero sin marca visible de día fasto, apenas como un aburrido bostezo de verano igual a tantos. La mujer lo miró en el espejo junto a su propia imagen. Un bello día; un bello rostro. Y desprovistos ambos de lo que hace memorables a las cosas.