—Tenés que curarme los miedos.
Si había alguien que me podía ayudar, era ella. Siempre tenía una solución para todo. Tilo para los nervios, poleo para el empacho, palosanto para las malas energías. Incluso tenía un método infalible para que aparezcan cosas perdidas: agarraba un repasador de la cocina, le hacía un nudo en el extremo y recitaba en voz alta: “Poncio Pilatos, las bolas te ato, si no aparece [tal cosa], no te las desato”. Yo te juro que, a los cinco minutos, lo perdido aparecía.
Me miró un buen rato con el mate entre los labios.
—Esas cosas no se curan, Pablito. Se superan.