Al principio las hojas se cerraron rápidamente temerosas, pero después de un tiempo el arbusto aprendió que la humedad no suponía ningún peligro para él. Así, de ahí en adelante las hojas se mantenían abiertas a pesar de la gota de agua. Para Gagliano, todavía fue más sorprendente comprobar que, incluso después de semanas sin ser sometidas a la prueba, las mimosas no habían olvidado la lección y la seguían aplicando.