Las escenas de estos relatos parecen entresacadas de un guion cinematográfico de corte surrealista que, de pronto, muta a otro género, a comedia, a thriller, a película de misterio o de ciencia ficción. Leerlas me provocó frecuentes sonrisas e incluso abiertas carcajadas, pero también intriga, asombro y harta curiosidad por conocer más a sus “personajes”, esas efímeras criaturas emanadas del subconsciente del autor o espejeadas desde el mundo real.
Ángel Miquel fecha los sueños que me imagino escribió rápidamente, como en escritura automática, antes de desvanecerse. Los fijó en un diario o bitácora y con el tiempo quedaron entretejidos con sus sombras y luces, con su enorme carga lúdica, acompañándose de reflexiones sobre el acto de soñar. En el libro, las imágenes de la mente nocturna aparecen con tipografía más entintada y gruesa, como si de esta manera dejaran de tener la etérea consistencia de los sueños. Alternadas, aparecen otras páginas con letras más delgadas y grises, que plasman los pensamientos de la vigilia y que, a veces, también podrían leerse como sueños, borrando así las fronteras entre las dos regiones.
Ya no somos esos soñadores colectivos de la lúdica y rebelde vigilia que retrata Bertolucci en The Dreamers. Los jóvenes de aquella época que vivimos algo semejante a los protagonistas de esa película ya no soñamos con las grandes utopías sociales. Quizá seguimos obstinados en transformar el mundo de otro modo. Entretanto, Ángel Miquel nos jala juguetonamente a su región onírica para reivindicar el sueño propio e individual, el que nos hace únicos y al mismo tiempo iguales a otros, con su particular amasijo de imágenes, influencias y sensibilidades. –Alejandra Islas
