Pero no estaba viéndolos a ellos. Veía los restos de Arthas.
El hombre que, de cierta forma, lo había criado.
Nunca lo había visto como su padre y tampoco pensó que él lo viera como a un hijo, pero había cariño de por medio. Y aunque siempre lo trató con respeto y bondad, jamás estuvo demasiado presente. Por eso, no imaginó que estuviera dispuesto a sacrificarse por él.
Las personas no daban su vida por cariño, la daban por amor.
Darse cuenta de que Arthas lo amaba lo llenó de un sentimiento que casi hace que le explote el corazón. Porque aunque había sido un amor silencioso, fue real. Y en ese momento era lo que necesitaba para reiterarse a sí mismo que era un Solerian.
Desde que salió de la ciudad subterránea se lo había estado repitiendo para convencerse. Pero ahora realmente lo creía.
Gracias a Arthas.