El gol.
No hay otra pasión humana que cristalice de modo tan fugaz las esperanzas de gloria, o que derrumbe de manera tan efímera los sueños de años. No hay otros apetitos que se sacien con semejante paroxismo, o anhelos que implosionen como respuesta a tal frenesí.
Los fanáticos del tenis pueden celebrar unas 30 veces por set. Los incondicionales del básquetbol de la NBA, 55 por partido. Las hinchadas del último mundial de rugby, 7,3 por encuentro. Pero los feligreses de Wembley o del Maracaná solo pueden liberar sus gritos contenidos 1,3 ocasiones por match. Exiguas 1,3 exaltaciones por cada noventa minutos de dientes apretados y uñas desgastadas. La escasez vuelve al gol la gema suprema de la experiencia deportiva, el diamante esquivo, la cúspide de las epopeyas de los tiempos de paz.
Goles son historias se adentra en el gran mausoleo del deporte rey en busca de las joyas más fulgurantes de esa corona. Son alrededor de 60 goles de lo más granado de la cosecha histórica, pasando por el balazo de Cleiton contra Colo-Colo, el tanto de Rincón que llevó a un locutor a gritar “¡Dios es colombiano!”, o el “milagro de San Palermo”. Y dieciocho goles que no fueron, como la inmortal maniobra fantasma de Pelé ante el portero uruguayo días antes del tricampeonato del ’70, o el cabezazo del propio O Rei que todavía nadie se explica cómo Gordon Banks pudo contener. Para el caso de las dianas más recientes, Juan Moya y Sebastián Ubilla recurren a sus tres décadas de efervescencias bien vividas. Para el resto, al auxilio de una revisión exhaustiva de la memoria colectiva. Y en todas, le sacan brillo a lo mejor de los mejores momentos del balompié chileno y mundial.
¡Que lo disfrute!
Joaquín Barañao
Septiembre de 2016