LIMPIA (EBOOK)

Azul, quién sabe por qué. De todos los colores posibles el veneno tenía el color del cielo, el mismísimo color del mar.

Les imploro que no se exasperen. La vida tiende a ser así: una gota, una gota, una gota, una gota, y luego nos preguntamos, perplejos, cómo es que estamos empapados.

La desventaja de tener una empleada alfabetizada.

A mí, la mancha en el piso, otra vez a mí. No dijo una sola palabra. Tampoco fue necesario. Apoyé la bandeja en su velador y volví con un paño para limpiar.

me pregunto si el cansancio es una etapa y si algún día, en el futuro, recuperaré la cara que solía tener.

La muerte, pensé, era volverse puro pasado. Era no enfermarse nunca más. Era simple, rápida. No era terrible, ¿entienden? Jamás lo había sido. Lo terrible, lo espantoso, era morir.

Debí haberle dicho que se detuviera, que se pusiera la ropa y que limpiara de rodillas el suelo. Que refregara cada mancha con su lengua, que raspara con sus uñas los restos de harina incrustados entre las baldosas. Supongo que ella percibió mi enojo. Podía ver cómo su pecho se llenaba y se vaciaba, igual que el cuerpo de esa rata, del mismo modo tan vivo, tan colmado de temor. Vi cómo sus ojos se humedecían, pronto se pondría a llorar

Muchas veces, mientras estuve en silencio, me pregunté cuáles serían mis primeras palabras. Si acaso nombrarían algo nuevo o algo bello o si nunca más volvería a hablar y lo nuevo, lo bello, quedaría adentro, a salvo. Lo curioso es que salieran simplemente. Como si las palabras, una a una, resbalaran de mi boca. Fue una voz precisa la que brotó, llena y suave. Una voz enronquecida por el silencio pero que decía la verdad.
La niña está muerta, dije.
Y oí eso que dije.

Vean ustedes qué palabra nace al mezclar la sorpresa y el desprecio.

Ya se los he dicho antes: es necesario recorrer los bordes antes de internarse al corazón.