El hombre nacido en Danzig

Los ojos no son los espejos del alma, sino el sexo del alma, el coño del alma.

Premisa: “La ausencia de mujeres lleva a los hombres solitarios a botar una pelota”. Otra premisa: “Las mujeres inventaron la pelota y la arrojaron a las bestias con el fin de domesticarlas”. Una premisa más: “La pelota es la pelota”.

La muerte tiene permiso, pero se comporta tímida y mojigata cuando se trata de cargarse a los filósofos, vaya pudor, a los filósofos no se les puede engañar ni tender argucias de un modo sencillo. Los filósofos complican la vida de la muerte. Si la muerte sufrió tantos años para engañar a mi profesor, al viejo Leonardo Cadaval, menos podría hacerlo un hombre como yo, tan asustadizo y más nervioso que los gatos.

“Las mujeres quieren amor y cosas”, decía Franz Moreno, amor y cosas, pero los hombres quieren consejos, sí, no paran de pedir consejos porque en realidad no saben nada de nada y tienen miedo.

Me concentraré en lo único importante: si una mujer te trae al mundo ella tiene cierta responsabilidad de echarte también de esta Tierra y devolverte a la oscuridad: si esto no puede hacerlo la misma mujer entonces el trabajo se transforma en la obligación de otra mujer, y yo lo acepto. Ésta fue la labor de Elisa: echarme de la Tierra. Mi pregunta, por lo tanto, es la más ingenua de todas las preguntas que pueden hacerse en todos los idiomas: ¿por qué se me hace sufrir si yo no pedí nacer?

los hombres modernos, lloran y aplauden lo que en el futuro, es decir, en otra nueva y estúpida multitud del momento, será despreciado. A eso están condenados los seres simples como tú y las obras amaneradas que celebran.

Sólo las obras genuinas que han nacido directamente de la vida se mantienen jóvenes y conservan su fuerza originaria” –

Y cuando los años se sucedieron a un ritmo inesperado, yo continué teniendo confianza en su aparente ingenuidad y quedé atrapado en su calor de mujer y en la facilidad con que ella renunciaba a todo, excepto a mí, o excepto a algo que estaba en mí y que ni ella ni yo podíamos dejar atrás

el arte es una invención anómala que nadie puede aún describir; el arte es una idiotez, una vaca sin leche, y ella, Elisa Miller, no podía ser idiota, no, no, yo me negaba a considerarla una artista. Que bailara y ya, pero que no se convirtiera en una artista. No, por favor. A Elisa las palabras la describían en su medida exacta: maldita puta, puerca, mosca muerta, quiero cogerte todo el día y toda la noche aunque seas una puta maldita, mosca muerta, la más puerca de las cerdas; mas de ninguna manera podría nadie decir que su cuerpo tenía el deber de expresar arte, sugerir algo parecido la rebajaría a poseer una conciencia de sí tan vulgar que nada en ella sería atractivo.

escuela es lo más ordinario y grosero que se le pudo algún día ofrecer a Elisa Miller y a cualquier mujer parecida a ella.