Puedo consentirte un instante de vulnerabilidad, tú más que nadie la mereces. Pero ahora levanta la cabeza, yergue hombros, observa desafiante. Sé Enrico Materazzi y di conmigo que los Gabbana, tu familia, nunca perderán Roma. Nunca.
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Una guerra no se pierde hasta que cae el último soldado
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Me observó nostálgico, como si fuera capaz de ver lo que nos quedaba por atravesar. Supo que terminaría entendiéndolo todo de un modo gradual. Y ahora estoy aquí, haciendo balance de mi vida y de la suya, pensando que tanto esfuerzo y sacrificio no han servido de nada. Puedo seguir luchando, pero solo para postergar lo inevitable.
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Pero entonces me mirabas y el mundo desaparecía. Tan solo era capaz de verte a ti
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y supe que yo tendría que engullir el mío para que ninguna de ellas cayera a ese territorio tan desolador
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Pero no se puede escapar de uno mismo.
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Sentía como si estuvieran arrancándome la piel. Tenía miedo de verlo partir. Temía horrores creer que aquella sería la última vez que le vería con vida. No me importó mostrar todo ese miedo. Me permití ser visceral, sentirme indefenso. Comprendí que, si le perdía, me perdería a mí también.
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Ese hombre era uno de mis puntos cardinales
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Mentir era una habilidad que Enrico había perfeccionado con el paso del tiempo. Conseguía con una facilidad pasmosa ocultar cada una de sus emociones adoptando una fachada de inquebrantable frialdad. Era prácticamente imposible descubrir algo a través de sus ojos, de sus gestos o de su forma de respirar.