El peor escenario posible

Cuando se hace de noche, te sientas en el escalón de un portal hasta que aparece alguien, un hombre atractivo con los hoyuelos muy pronunciados (¿Sabías que los hoyuelos en las mejillas son defectos genéticos?)

que ese vínculo entre tú misma y el universo es inquebrantable y que se remonta a los mismos orígenes de la creación. También yo tengo una edad geológica, dices, y al decirlo ya no te sientes insignificante ni sola

sabes que las rocas, los océanos, el fuego, el espacio exterior, todo forma parte de la realidad en la que también estás inscrita, y sabes

y te preguntas por el intercambio de energía necesario para que todo se mueva, lo orgánico y lo inorgánico cumpliendo su función y generando sus propios residuos: el humo de los tubos de escape, de las chimeneas, del vapor que arrojan de forma intermitente los conductos de ventilación

les advierte sobre la lluvia ácida o las pandemias, las superbacterias, el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad, sobre el descontrol de las centrales nucleares y los estragos de la radiación, las infecciones, la peste, los cataclismos, los meteoritos, las tormentas solares, las supernovas, o sobre todo aquello que representa un peligro inminente para la humanidad

Con las orejas estiradas les habla sobre la teoría de la tectónica de placas y los bordes convergentes destructivos, del cinturón de fuego y los índices de explosividad volcánica, de la contaminación del aire, de los incendios descontrolados, de las nubes negras que cubrirán el cielo y que traerán un frío gélido; les habla de las guerras de hambre, de las migraciones masivas, de la represión y el terrorismo de Estado, del auge de la ultraderecha y de las vallas fronterizas, de los alambres de espino y los muros de hormigón, de las crisis económicas y la lucha por el agua potable, de la desnutrición, de la matanza indiscriminada, del genocidio, de los llantos y los gritos, el sufrimiento y la muerte; les habla de la ceniza sobre los cuerpos y de las noches sin luna del futuro y, cuando finalmente se calla, el muñeco retrocede unos pasos y cierra los ojos, simulando dormir.

Sigues cayendo (¿Sabías que la velocidad que alcanza un cuerpo saltando al vacío no puede ser mayor a 198 kilómetros por hora, independientemente de la altura desde la que caiga?) y sientes cierto orgullo por no haber elegido la opción de los barbitúricos.

«Cuerpos que caen» en el que explicaban la fuerza gravitacional, el movimiento rectilíneo uniformemente acelerado, el efecto de la resistencia del aire en la caída del cuerpo, la velocidad límite.

Quieres dar con alguien reconocible en medio de la multitud, alguien que te dirija una palabra de consuelo o que te sostenga la mano con delicadeza

(¿Sabías que solo un diez por ciento de la gente camina por el simple placer de caminar?)