Y eran también las mismas las razones por las que todos, aunque por fuera lucieran enteros y sin defectos determinantes, guardaban algo podrido en su interior que se alimentaba del remordimiento de no dar a las personas más preciadas de sus vidas el trato que se merecían, de arañarlas, ofenderlas y apuñalarlas con palabras. En ese sentido, Seong-gon era culpable.