Montaigne compara su cabeza con un «caballo desbocado, y se da a sí misma cien veces más problemas de los que da a los demás y de ella surgen, uno después de otro y sin orden ni concierto, muchas quimeras y monstruos fantásticos. De tal manera que, a fin de contemplar para mi solaz la ineptitud y extrañeza con que se comportan, he empezado a ponerlos por escrito, en la esperanza de que con el tiempo mi cabeza se avergüence de sí misma»