Phillip Lopate

los términos concretos asignados a la contraposición (la sabiduría de la aceptación frente a la negativa a tolerar la injusticia) están dotados de cierta grandeza moral.

el personaje ensayista, ese paseo por la cuerda floja que es pensar en público, con su equilibrio improbable entre la pasión y el desapego, y sus tonos serios e informales.

es posible invitar a la resolución estética: esto es, que el lector tenga la sensación de haber sido invitado a un sabroso festín mental y se levante saciado de la mesa.

El paso de Ozick de la certidumbre a la duda es apropiado para los ensayos en general, porque sus exploraciones honran la pregunta original de su fundador, Montaigne: «¿Qué sé?».

[El coraje de las tortugas],

La emoción que sintió Montaigne cuando se dio cuenta de que estaba haciendo algo sin precedentes al estudiar el universo de su propia mente la puede recuperar el ensayista todavía hoy, siquiera fugazmente.

Tal vez no solucione los problemas planteados por la pieza, pero el hecho de que escape de sus garras trazando una loca diagonal para alejarse de ellos podría servir para darlo por bueno.

Vamos a dar por hecho que el ensayo se regodea en la duda, la ambivalencia, la contradicción y la paradoja, y que, además, duda de sí. No es ninguna casualidad que Montaigne, el manantial del ensayo moderno, hiciera tanto hincapié en su propia volubilidad

quiero aquí desaconsejar el trasvase a la no ficción de una técnica de la ficción muy particular: imaginar en la página, momento a momento, alguna escena de la que uno no fue testigo. Si pongo en duda esa práctica es por dos motivos.

El trabajo de imaginación más difícil para los autores de ficción es el de descubrir pautas en la experiencia, introducir cierto orden, de manera que lo que parecía azaroso encuentre un significado narrativo y tenga resonancia simbólica. Comprender es imaginar en grueso.