Hemos visto, no obstante, que el orden de la naturaleza tenía validez universal, porque estaba impuesto a priori por nuestro entendimiento al conjunto de la naturaleza. Pero esta legislación a priori, dice ahora Kant, sólo vale para el mundo de los fenómenos, es decir, para las cosas tal como se nos aparecen y tal como pueden ser conocidas. En la medida en que nosotros formamos parte del mundo de los fenómenos, estamos también sometidos a esta necesidad natural, pero en cuanto seres libres nos libramos de ese reino de la necesidad. La libertad nos caracterizaría, por consiguiente, en cuanto formaríamos parte de un reino que no es el de los solos fenómenos. A ese reino perteneceríamos a título de «cosas en sí», y, ciertamente, las cosas en sí no son cognoscibles. Sería, pues, un contrasentido querer conocer la libertad o pretender su verificación de una manera empírica. Por eso dice Kant que la libertad es sólo una idea de la razón.