Richard Henry Dana hijo

  • David Rettig Hinojosaalıntı yaptı21 gün önce
    Una docena de hombres van encerrados en un cascarón, surcando el océano anchuroso, sin oír durante meses otras voces que las de ellos mismos, y de repente uno es arrebatado… y no hay instante en que no se le eche de menos. Es como perder un brazo o una pierna. No hay caras ni escenas nuevas que ocupen el hueco que él deja. Siempre hay una litera vacía en el castillo, siempre falta un hombre cuando se llama a la pequeña guardia de la noche. Hay uno menos para relevarse en la caña, y uno menos que saldrá contigo a la verga. Echas de menos su figura y su voz porque el hábito te las había hecho casi necesarias, y cada uno de tus sentidos siente su ausencia.
  • David Rettig Hinojosaalıntı yaptı20 gün önce
    Estábamos rodeados por todas partes por un banco de indolentes ballenas y orcas que la niebla nos impedía ver, y que subían lentas a la superficie, o quizá afloraban cuan largas eran, y exhalaban sus característicos resuellos, profundos y largos, que dan sensación de fuerza e indiferencia. Algunos de la guardia se habían dormido, y los demás no osaban pestañear, de manera que nada rompía el sortilegio; yo estaba de pie, apoyado en la regala, escuchando la respiración de estas criaturas poderosas: una abría ahora el agua en el costado, cuyo cuerpo negro casi imaginaba yo ver a través de la niebla; luego otra, a la que oía apenas a lo lejos,
  • David Rettig Hinojosaalıntı yaptı20 gün önce
    Había una noche estrellada cuando salimos de la ensenada y dejamos atrás la alta isla con su belleza, y dije adiós con la mirada al lugar de la tierra más romántico que han visto mis ojos. Sentí en ese momento, y no he dejado de sentir desde entonces, un afecto absolutamente especial por dicha isla. En parte se debía sin duda a que era la primera tierra que veía desde que habíamos salido de casa; pero más aún a las asociaciones de infancia que cada cual tiene vinculadas a ella por la lectura de Robinson Crusoe. A esto puedo añadir la alta y fantástica silueta de sus montañas, la belleza y frescura de su verdor, la extrema feracidad de su suelo, y su situación solitaria en medio del inmenso Pacífico Sur, todo lo cual contribuía a darle un encanto especial.
  • David Rettig Hinojosaalıntı yaptı20 gün önce
    Miré hacia abajo, pero era inútil hacerme oír, porque todos andaban ocupados en cubierta, el viento rugía y las velas zapateaban en todas direcciones. Afortunadamente era mediodía, había luz de sobra, y el de la caña, que no quitaba ojo a la arboladura, vio en seguida mis apuros, y tras innumerables señas y gestos, logró que alguien cazase las escotas necesarias. Durante este intervalo eché una mirada hacia abajo. En la cubierta reinaba la más completa confusión. El pequeño barco se zarandeaba en el agua como si estuviese loco, las olas le saltaban por encima y escoraba de manera que los palos llegaban a los cuarenta y cinco grados de la vertical.
  • David Rettig Hinojosaalıntı yaptı20 gün önce
    Era alto; aunque de esto te dabas cuenta cuando estaba al lado de los otros, porque su anchura de hombros y de pecho hacía que su estatura pareciese sólo un poco por encima de la media. Tenía el pecho ancho y fuerte, unos brazos de Hércules, y sus manos eran «puños de marinero, y cada pelo una filástica». Pese a todo esto, tenía una de las sonrisas más agradables que he visto. Sus mejillas eran de un hermoso color tostado; sus dientes brillantemente blancos; y el pelo, negro y lustroso, le cubría en abundantes rizos la cabeza y la frente ancha y elegante; y podría haber vendido sus ojos a una duquesa como diamantes, por su fulgor; en cuanto al color, eran como el cerdo del irlandés: no se estaban quietos un momento, y cada cambio de posición les daba un matiz inédito; pero eran predominantemente negros, o casi.

    Este puede ser

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