Estábamos rodeados por todas partes por un banco de indolentes ballenas y orcas que la niebla nos impedía ver, y que subían lentas a la superficie, o quizá afloraban cuan largas eran, y exhalaban sus característicos resuellos, profundos y largos, que dan sensación de fuerza e indiferencia. Algunos de la guardia se habían dormido, y los demás no osaban pestañear, de manera que nada rompía el sortilegio; yo estaba de pie, apoyado en la regala, escuchando la respiración de estas criaturas poderosas: una abría ahora el agua en el costado, cuyo cuerpo negro casi imaginaba yo ver a través de la niebla; luego otra, a la que oía apenas a lo lejos,