Sin embargo, entonces, y de manera bastante brusca, se separó de ella y le tomó la cara entre sus enormes manos. Y la miró.
Sencillamente, la miró.
—¿Qué? —preguntó ella, a quien incomodaba bastante aquel escrutinio. Sabía que la consideraban atractiva, pero no era una de aquellas bellezas increíbles, y él la estaba mirando como si quisiera memorizar cada facción.
—Quería mirarte —le susurró él. Le acarició la mejilla y luego le pasó el pulgar por la línea de la mandíbula—. Siempre estás en movimiento y nunca consigo mirarte.