Imagino que cada una de las mujeres de mi familia lo ha entendido todo un poco después de muerta, mientras descansaba en la superficie blanca del interior de la caja de madera. Algunas estaban depositadas en el ataúd con la medalla de la Virgen de la Purísima sobre su pecho y su mejor vestido. Otras tenían una tela blanca tapando su cuerpo y únicamente se les veía el rostro limpio, una piel muerta que parecía haber rejuvenecido. «No toques a la uela que té una bactèria. Si vols fer-ho, posa’t els guants.»10 Las imagino mirando las caras de las personas que nos acercamos mientras reconstruyen su vida desde la inmovilidad. Pienso que es entonces cuando comprenden cómo de cruel ha sido el mundo con ellas. Fueron la hija de Juan, la mujer de Agustín, la madre de Alfonso. Pero muertas se saben Pura Mompó, Carmen Mompó, Juanita Sorita.