La anguila

Pintando aprendí a mirar, entendí que la realidad es mucho más compleja de lo que parece, la pintura me ayudó a resolver lo que no se puede decir con palabras y es en la mancha donde consigo entender algo. Observo en ella la urgencia, la duda, la calma o la furia de aquel o aquella que la ha trazado. Analizo si hay control en la técnica o si aquello es cosa de una mano torpe que todavía ensaya el gesto. Advierto si quien mancha es complaciente consigo mismo y con el mercado o si es un suicida. Tiemblo con la belleza de un arrastrado o de una veladura magnífica, me olvido de que estoy viva, siento el placer que se siente al introducir el cuerpo frío en una bañera de agua templada.

Tatiana Andrade se empieza a narrar así en su libro La vida láctea.

Es difícil darse cuenta de que una está empezando una historia con un maltratador, el maltratador es un experto en crear espacios que la víctima cree que son seguros.