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Richard Henry Dana hijo

Dos años al pie del mástil

En 1834, Richard Henry Dana, estudiante de Harvard, hijo de un abogado, partía de Boston, como marinero raso, en el buque mercante Pilgrim rumbo a California por la ruta del cabo de Hornos. A su regreso escribiría Dos años al pie del mástil, con el propósito de «dar a conocer la vida del marinero corriente en la mar tal y como es: con sus luces y sus sombras». Lo cierto es que desde su publicación en 1840 la literatura del mar ya no pudo ser la misma: Dana estableció, de hecho, la pauta de un nuevo género, caracterizado por su realismo y autenticidad, y por el conflictivo desplazamiento de un narrador de formación culta y gentil a ambientes rudos y remotas regiones donde entra en contacto con una naturaleza primitiva y unos pueblos sin civilizar.
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Orijinal yayın
2017
Yayınlanma yılı
2017
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Alıntılar

  • David Rettig Hinojosaalıntı yaptı18 gün önce
    Era alto; aunque de esto te dabas cuenta cuando estaba al lado de los otros, porque su anchura de hombros y de pecho hacía que su estatura pareciese sólo un poco por encima de la media. Tenía el pecho ancho y fuerte, unos brazos de Hércules, y sus manos eran «puños de marinero, y cada pelo una filástica». Pese a todo esto, tenía una de las sonrisas más agradables que he visto. Sus mejillas eran de un hermoso color tostado; sus dientes brillantemente blancos; y el pelo, negro y lustroso, le cubría en abundantes rizos la cabeza y la frente ancha y elegante; y podría haber vendido sus ojos a una duquesa como diamantes, por su fulgor; en cuanto al color, eran como el cerdo del irlandés: no se estaban quietos un momento, y cada cambio de posición les daba un matiz inédito; pero eran predominantemente negros, o casi.

    Este puede ser

  • David Rettig Hinojosaalıntı yaptı18 gün önce
    Miré hacia abajo, pero era inútil hacerme oír, porque todos andaban ocupados en cubierta, el viento rugía y las velas zapateaban en todas direcciones. Afortunadamente era mediodía, había luz de sobra, y el de la caña, que no quitaba ojo a la arboladura, vio en seguida mis apuros, y tras innumerables señas y gestos, logró que alguien cazase las escotas necesarias. Durante este intervalo eché una mirada hacia abajo. En la cubierta reinaba la más completa confusión. El pequeño barco se zarandeaba en el agua como si estuviese loco, las olas le saltaban por encima y escoraba de manera que los palos llegaban a los cuarenta y cinco grados de la vertical.
  • David Rettig Hinojosaalıntı yaptı18 gün önce
    Había una noche estrellada cuando salimos de la ensenada y dejamos atrás la alta isla con su belleza, y dije adiós con la mirada al lugar de la tierra más romántico que han visto mis ojos. Sentí en ese momento, y no he dejado de sentir desde entonces, un afecto absolutamente especial por dicha isla. En parte se debía sin duda a que era la primera tierra que veía desde que habíamos salido de casa; pero más aún a las asociaciones de infancia que cada cual tiene vinculadas a ella por la lectura de Robinson Crusoe. A esto puedo añadir la alta y fantástica silueta de sus montañas, la belleza y frescura de su verdor, la extrema feracidad de su suelo, y su situación solitaria en medio del inmenso Pacífico Sur, todo lo cual contribuía a darle un encanto especial.

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