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Beatriz Escalante

Atrapados en la escuela

A la gran pregunta de por qué no leen los adolescentes, habría que responder que sí leen; leen libros como Atrapados en la escuela, historias que les abren los ojos para ubicarse mejor en la vida, y les abren la boca de risa o de asombro.
A veinte años de distancia de la creación de esta antología de cuentos, la respuesta me sigue pareciendo vigente: los adolescentes no leen cuando los fuerzan, porque tienen ganas de vivir, de escaparse de la escuela, de saber lo que se siente ser libre. Y Atrapados en la escuela es justamente el libro que significó diversión y libertad.
¿Cuál fue el motivo del éxito? Porque lo que ahora parece natural no sucedía en aquellos años: crear libros excitantes, seductores, interesantes para que los adolescentes lean historias en donde los protagonistas son también adolescentes, y así, como millones de personas en el mundo, elijan la increíble experiencia de leer.
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İzlenimler

  • Sarah Patiñobir izlenim paylaşıldı4 yıl önce
    🚀Elden Düşmeyen

Alıntılar

  • Duran Nava Isis Kimberlyalıntı yaptı2 ay önce
    Aunque los adolescentes nunca han sido iguales, pues no es lo mismo el rock and roll de los sesenta que el heavy metal de tu generación. Y aunque tampoco es lo mismo hablar del primer amor color de rosa, ese de puras cajas de chocolates y muñequitos de peluche, que de auténtica y efectiva primera relación sexual, hay algo que sí tienen en común los adolescentes de todos los tiempos: todos —en mayor o menor grado— se sienten incomprendidos por los adultos; todos están estrenando la vida y, por fin, no tienen que estar pegados a las faldas o los pantalones de alguna autoridad.

    Como tú bien sabes, y los autores de estos cuentos también, ser adolescente es estar casi libre del proteccionismo paternal, porque, por más vigilado que te tengan en tu casa, vas y vienes: nada qué ver con la infancia. En este libro, vas a descubrirte a la mitad de una bronca en el patio de tu escuela, verás a alguien como tú, pasando fríos y calores porque no encuentra la forma de decirle a ella o a él que está enamorado (eso y más hay en “Aquellos terribles e inolvidables gemelos” de José Luis Morales; o en “Misa de 7” de José Francisco Conde Ortega).

    Si nunca te ha gustado leer, porque los libros siempre se tratan de gente antigua, de otros paí­ses, a la que le pasan puras cosas que nada tienen que ver contigo, ésta será para ti una verdadera sorpresa: en este libro sí se habla de tus asuntos, intereses y problemas. Lee estos cuentos y verás que, de una u otra forma, todos están relacionados con tu vida de todos los días: con lo que hiciste, con lo que no has podido hacer y hasta con lo que te pudre que hagan tus amigos. El amor, el deseo, los primeros cigarros de tabaco o de algo más.

    En estas páginas hay aventuras, escenas de amor y de iniciación en aquello que los profesores explican como “el interés por el sexo opuesto y la aparición de los caracteres secundarios”, o como quien dice: que les sale bigote a los niños... y las niñas ven cómo surgen los senos en donde poco antes tenían una planicie simple.

    En fin, para qué te lo contamos; mejor léelo. Hay de todo: desde el “inocente” amor de un niño de 12 años por su abuela (“Yo la maté”, de Óscar de la Borbolla), hasta las primeras aventuras de un grupo de cuates en uno de esos sitios prohibi­dos de “perdición” o de “placer”, según sea quien hable de ellos, como en “Si pudiera expresarte cómo es de inmenso” de Rafael Ramírez Heredia; pasando por lo que se siente estar en la escolta y por lo que hacen tus compañeros en el salón de clases cuando la profesora sale medio minuto, co
  • Duran Nava Isis Kimberlyalıntı yaptı2 ay önce
    Aunque los adolescentes nunca han sido iguales, pues no es lo mismo el rock and roll de los sesenta que el heavy metal de tu generación. Y aunque tampoco es lo mismo hablar del primer amor color de rosa, ese de puras cajas de chocolates y muñequitos de peluche, que de auténtica y efectiva primera relación sexual, hay algo que sí tienen en común los adolescentes de todos los tiempos: todos —en mayor o menor grado— se sienten incomprendidos por los adultos; todos están estrenando la vida y, por fin, no tienen que estar pegados a las faldas o los pantalones de alguna autoridad.

    Como tú bien sabes, y los autores de estos cuentos también, ser adolescente es estar casi libre del proteccionismo paternal, porque, por más vigilado que te tengan en tu casa, vas y vienes: nada qué ver con la infancia. En este libro, vas a descubrirte a la mitad de una bronca en el patio de tu escuela, verás a alguien como tú, pasando fríos y calores porque no encuentra la forma de decirle a ella o a él que está enamorado (eso y más hay en “Aquellos terribles e inolvidables gemelos” de José Luis Morales; o en “Misa de 7” de José Francisco Conde Ortega).

    Si nunca te ha gustado leer, porque los libros siempre se tratan de gente antigua, de otros paí­ses, a la que le pasan puras cosas que nada tienen que ver contigo, ésta será para ti una verdadera sorpresa: en este libro sí se habla de tus asuntos, intereses y problemas. Lee estos cuentos y verás que, de una u otra forma, todos están relacionados con tu vida de todos los días: con lo que hiciste, con lo que no has podido hacer y hasta con lo que te pudre que hagan tus amigos. El amor, el deseo, los primeros cigarros de tabaco o de algo más.

    En estas páginas hay aventuras, escenas de amor y de iniciación
  • Dèbora Garcìaalıntı yaptıgeçen yıl
    anques de oxígeno, porque hiede a rayos”, “No juegues, yo ni siquiera sé nadar”.

    Pero a los 12 años en cada adolescente se esconde un justiciero, un soñador o un intrépido aventurero. Mitad en cotorreo, mitad en serio, los muchachos se propusieron acompañarme en esa aventura que, hasta donde yo sabía, nadie había realizado.

    Por principio de cuentas, sonsacando a la maes­tra de geografía, comenzamos a consultar mapas hidrológicos de la República, pero en ellos no venía el Canal, aunque eso no frenó nuestros ímpetus aventureros. Supimos por los libros del corte de Nochistlán en dónde, posiblemente, habría una caída, luego revisamos que no hubiera presas construidas para frenar el caudal de los ríos que íbamos a usar en nuestro recorrido. Como no había fotocopias, el Amor (que por cierto le decíamos así porque si le quitábamos los lentes no veía nada y como decían que el amor era ciego...) se encargó de hacer copias con papel calca de todos los tramos de ríos que utilizaríamos. Mientras tanto, el Pelus consiguió una balsa de regular tamaño que había pertenecido a uno de sus tíos cuya diversión era ir al río Balsas a navegar; por su parte, Salo y Eutiquio comenzaron a hacer robos “hormiga” en sus casas con productos enlatados, además de hacer acopio de lo que nosotros habíamos hecho en las nuestras. Marquet, que vivía en República de Chile (sin albur), consiguió lonas a precios accesibles. El Kalimán, cuyos padres tenían una vulcanizadora, nos consiguió cámaras de auto de medio cachete y nos las vendió muy baratas, pero no quiso ir con nosotros porque no sabía nadar. Monserga, como vivía cerca del Canal y tenía un cuartito en la azotea de su casa, guardó todos los implementos necesarios para el

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